El caos de las migraciones, las migraciones en el caos.

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Entrevista a Stefano Fontana de Lorenzo Bertocchi con ocasión de la publicación del VIII Informe sobre la Doctrina Social de la Iglesia en el mundo (Cantagalli, Siena 2016)

Stefano Fontana es el director del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân sobre la Doctrina Social de la Iglesia, institución con sede en Trieste, diócesis confiada al Arzobispo Monseñor Crepaldi, Presidente del mismo Observatorio. Una de las principales actividades es la publicación del Informe sobre la Doctrina Social de la Iglesia en el mundo, un trabajo anual que recoge datos y documentos en colaboración con otros cinco centros de investigación a nivel internacional.

El último informe, Il caos delle migrazioni, le migrazioni del caos (Ediciones Cantagalli p. 224, euros 14), se ocupa de un tema de gran actualidad. El enfoque es pragmático, fundamentado en los principios. «El problema», dice Fontana, «no puede reducirse banalmente a una especie de filantropía con eslóganes».

Profesor Fontana, ¿debemos rendirnos antes las migraciones?

Ante todo no debemos cerrar los ojos ante ciertas evidencias: las personas que piden asilo son una neta minoría; la mayoría de los migrantes no está constituida por gente que tiene hambre y necesidades, sino por personas que en sus países tienen algunos recursos; los tráficos internacionales están organizados y demuestran tener una “mente” que los planifica; la desestabilización de áreas enteras del Norte de África y de Oriente Medio ha sido planificada por algunas potencias occidentales y, ciertamente, no por casualidad. Por consiguiente, aceptar las migraciones como algo inevitable no me parece correcto.

De acuerdo, pero el hecho permanece. ¿La única solución es la sociedad multiétnica?

Si las migraciones actuales están en gran parte planificadas y dirigidas, entonces es necesario decir que también la sociedad multiétnica es, de alguna manera, impuesta. Y esto repercute, sobre todo, en dos cosas muy importantes: una es la realidad de las naciones con una propia identidad cultural que hoy son sacrificadas en aras de este globalismo multiétnico; la segunda es la religión católica, que siempre se ha dirigido, no sólo a las personas, sino a los pueblos y a las naciones, haciendo más viva su cultura y su civilización. Quien se opone a la primera consecuencia es llamado populista; quien se opone a la segunda es acusado de no tener misericordia.

A propósito de misericordia, se multiplican para los católicos los llamamientos a la acogida…

En nuestro Informe Anual el arzobispo Giampaolo Crepaldi indica cuatro criterios para afrontar de manera correcta el problema desde el punto de vista de la doctrina social de la Iglesia: a quien lo necesite hay que proporcionarle asistencia humanitaria (asistir a todos, pero no acoger a todos); hay un derecho a emigrar, pero no a inmigrar; el Estado debe disciplinar los flujos migratorios defendiendo el bien común de la propia nación, también en relación a la conservación de su identidad cultural; y el hecho de que el islam requiere de una atención particular.

Volvamos a la cuestión de la sociedad multicultural. En opinión de muchos, sería una solución de pacificación. ¿Es cierto?

La sociedad multicultural puede ser la causa de una especie de “balcanización” de Europa. Un archipiélago de islas sociales, cada una autónoma e independiente, con sus propias normas, su propio sistema para garantizar el orden, sus propias escuelas. La sociedad multicultural es la fragmentación de Europa. Es una convivencia potencialmente más beligerante que pacífica, y en muchos casos ya ha dado vida a formas de guerra civil. Esto sucederá cuando se superen determinados umbrales cuantitativos, como ya sucede en diversos países europeos. Al respecto, un poder político que ya no cree en nada podrá, como máximo, aplicar algunas medidas de orden público, pero cada vez menos convencidas. Ya ahora en determinados barrios de las metrópolis la policía no tiene acceso. Hay demasiadas fantasías sobre la mítica sociedad multicultural.

¿Quiere decir que la tan declamada laicidad podría acabar en un Estado policial?

Es el fruto amargo de nuestra realidad occidental: importamos religiones y cultura y exportamos relativismo. La laicidad es entendida, hoy en día, como una zona pública que es neutral ante los absolutos religiosos, o bien como la indiferencia a las religiones: o todas fuera del espacio público como en el caso del jacobinismo a la Hollande en Francia, o todas dentro, como en la mermelada americana. Sin embargo, en ambos casos el poder político lleva a cabo un acto de imperio absoluto que se parece mucho a una religión de Estado. Tanto el estado contrario a las religiones como el que es indiferente a las mismas, son incorrectamente laicos. El estado debe distinguir entre las religiones con el criterio del humanismo nacido también gracias al cristianismo y defender estos valores, no sólo porque pertenecen a la propia historia, sino porque son verdaderos y útiles para la convivencia social.

¿Y la libertad religiosa?

Ante todo no es un derecho absoluto. Por ejemplo, un estado que desea el bien común no puede conceder espacio público a religiones que no respetan la dignidad de la persona humana y las reglas mínimas de la ley moral natural, que aprueban las mutilaciones físicas, por ejemplo, o la poligamia, o una ley paralela que no respeta los derechos humanos, o que pretende instituir una forma de poder teocrático. Desde este punto de vista, el islam presenta características de especial dificultad.

Por consiguiente, ¿la integración es un mito?

La integración es muy difícil y, en algunos casos, imposible. Occidente, y Europa en particular, piensa que quienes entran en sus fronteras son sólo personas individuales y, en cambio, son pueblos, culturas y religiones. Importa otras civilizaciones y no se pregunta si son compatibles con la propia, nacida del cristianismo, porque sólo sabe exportar relativismo. Europa ya no es capaz tampoco de ver si una religión contiene prácticas que contrastan con la ley moral natural como, por ejemplo, el principio de igualdad entre el hombre y la mujer. El poder político debe interesarse en la verdad (y la falsedad) de las religiones, porque hay religiones que son inhumanas o que tienen rasgos inhumanos. La enseñanza de Benedicto XVI sobre este punto ha sido muy importante, pero no ha encontrado muchos interlocutores.

¿Cuál es vuestra receta para evitar que las migraciones se conviertan en “migraciones del caos”?

Los gobiernos occidentales deberían seleccionar las entradas teniendo en cuenta la especificidad de las culturas de origen y también de las religiones, que pueden ser más o menos compatibles con una integración real. Deberían hacer políticas de desarrollo demográfico y de apoyo a la familia para evitar que los inmigrantes “superen” a los autóctonos. Deberían atacar a las redes de traficantes y boicotear las operaciones militares que desestabilizan áreas neurálgicas en lugar de colaborar con ellas. Deberían pretender la imparcialidad de los estados islámicos, defender a los cristianos perseguidos en estos países, golpear militarmente a los califatos ensangrentados y tener clara en la mente una lista de valores que los inmigrantes deben aceptar.

Lorenzo Bertocchi

(La Verità, 24 de diciembre de 2016)