El proceso de Beatificación

Roma, a 16 de septiembre de 2007

El proceso de beatificación del Siervo de Dios, el cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân, se puso en marcha el 16 de septiembre de 2007, exactamente cinco años después de su muerte, y ha coincidido prácticamente con la audiencia concedida el 17 de septiembre de 2007 por Su Santidad Benedicto XVI, que ha recordado “el luminoso testimonio de fe que nos ha dejado este heroico Pastor”. El anuncio lo dio Su Eminencia el cardenal Renato Raffaele Martino.

El cardenal vietnamita fue Presidente del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” del 24 de junio de 1998 al 16 de septiembre de 2002.

«El cardenal Van Thuân era un hombre de esperanza, vivía de esperanza y la difundía entre todos los que encontraba. Gracias a esta energía espiritual resistió a todas las dificultades físicas y morales.»

Papa Benedetto XVI

SOLEMNE CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN MEMORIA DEL CARDENAL FRANÇOIS-XAVIER NGUYÊN VAN THUÂN, EN EL V ANIVERSARIO DE SU MUERTE

HOMILÍA DEL CARDENAL RENATO RAFFAELE MARTINO
Iglesia de Santa María della Scala, Trastevere, Domingo 16 de septiembre de 2007
 
Queridos,
El Señor, al convocarnos a esta santa mesa eucarística, guía nuestros corazones para que hagamos devota memoria del Siervo de Dios François-Xavier Card. Nguyên Van Thuân, que nos dejó el 16 de septiembre de hace cinco años para volver a la casa del Padre celeste. Cinco años que no han transcurrido en el vacío del olvido, sino que se han enriquecido por los recuerdos edificantes de su vida de cristiano de fe indómita, de esperanza inquebrantable, de caridad sin fronteras. Cinco años que se han enriquecido por buenas obras e iniciativas que se han puesto en marcha en nombre del Siervo de Dios. Cinco años de trepidante espera -los requeridos por las sabias leyes de la Iglesia- , para poder, así, imprimir una estampa con una oración y dar inicio al proceso de beatificación. Por todo esto queremos dar gracias al Señor que, en la difícil vida del cardenal Van Thuân, ha escrito una página memorable del Evangelio cristiano de la esperanza y la alegría.

Da gracias al Señor Mons. Crepaldi, que ha tenido la suerte de vivir y colaborar estrechamente con el cardenal Van Thuân, recibiendo como don la gracia de su amistad y su confianza. Dan gracias al Señor los componentes del Pontificio Consejo que lo han tenido como amadísimo Presidente, comprometido en la difusión del Evangelio de la Justicia y la Paz. Dan gracias al Señor sus familiares -están hoy entre nosotros dos de sus hermanas-, sus amigos, sus numerosísimos discípulos y toda la comunidad de vietnamitas que, justamente, ven en la historia de su cardenal una confirmación divina para el futuro camino de la Iglesia en su amado país. Doy las gracias al Señor también yo, que he cogido su legado como Presidente del Pontificio Consejo y que, en estos cinco años, he aprendido a conocerlo y amarlo, dejándome conquistar por su ejemplo y sus enseñanzas.

La liturgia de la Palabra de este domingo ese centra en el maravilloso libro de las parábolas de Lucas, que constituye un verdadero y propio Evangelio de la misericordia; Evangelio que tuvo en el cardenal Van Thuân uno de sus intérpretes más eficaces. De él nos llega la invitación a recuperar el valor de la reconciliación, viviéndola con amor y con alegría, y no como un arduo acto de temor. Hay un sugestivo apólogo en la novela Non sparate sui narcisi de Santucci: “El miedo llamó a la puerta. La fe fue a abrir. No había nadie”. El amor elimina el miedo; nada puede detener el amor de Dios. Todo esto lo había comprendido muy bien el cardenal Van Thuân, que venció el miedo porque se abandonó a las manos providenciales y amorosas de Dios. Muchas veces me he preguntado: “¿Cuál fue el secreto de una vida tan santa?”. Al volver a leer algunos de sus escritos he encontrado las claves, que hoy deseo compartir con vosotros, dejando hablar lo más posible al Siervo de Dios.

a)En primer lugar, supo distinguir entre Dios y las obras de Dios. Escuchémosle:

“En los largos y duros años de cárcel meditaba sobre la pregunta de los discípulos de Jesús durante la tempestad: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc 4,38), hasta que una noche, desde el fondo de mi corazón, una voz me habló: “¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios, todo lo que has hecho y sigues deseando hacer –visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, de centros estudiantiles, misiones para la evangelización de los no cristianos…–; todo ello es una obra excelente, son obras de Dios, pero ¡no son Dios! Si Dios quiere que abandones todas estas obras, poniéndolas en sus manos, hazlo rápido, y confía en Él. Dios lo hará infinitamente mejor que tú; Él confiará sus obras a otros mucho más capaces que tú. ¡Tú has elegido sólo a Dios, no sus obras!”. Esta luz me dio una nueva fuerza, que cambió totalmente mi modo de pensar”.

b) En segundo lugar nutrió su fe cristiana con la Eucaristía.
Testimonio de esto es la siguiente enseñanza del cardenal sobre la Eucaristía, pronunciada poco antes de morir: “Lo que necesitamos nos lo da Jesús en la Eucaristía: el amor, el arte de amar, amar siempre, amar sonriendo, amar enseguida y amar a los enemigos, amar perdonando, olvidando el haber perdonado. Pienso que Jesús, en la Eucaristía, puede enseñarnos siete aspectos de este amor. En el cenáculo Jesús nos manifiesta el amor sacrificado: “Éste es mi cuerpo, ofrecido en sacrificio por vosotros”. Cuando, después de la cena, va a Getsemaní, es un amor abandonado: Jesús se siente abandonado por el Padre, pero en cambio él se abandona completa y totalmente en las manos del Padre: “Non sicut ego volo sed sicut tu”.

En la cruz, Jesús manifiesta el amor consumado porque nos ha amado hasta el final y ha dicho: “Todo está cumplido”. No hay nada que él no haya hecho por nosotros. Y cuando, resucitado, acompaña a los dos discípulos a Emaus y habla con ellos explicándoles las Escrituras y cuando, al partir el pan, se revela a ellos como Eucaristía, es un amor íntimo. En la misa, Jesús se ofrece en nuestras manos cada día; su sacrificio por nosotros, su sangre derramada por nosotros y por todos es un amor inmolado, un amor manducado, tal como decía el cura de Ars: “El sacerdote, y todos los cristianos, son unos manducados”. En el tabernáculo, Jesús nos manifiesta el amor escondido en el silencio y la oración. En el ostensorio, Jesús nos muestra el amor radiante y a todos nosotros como un rayo de Jesús; debemos ser luz como Él quiere que seamos”.

c)En tercer lugar vivió hasta el fondo el misterio cristiano de la reconciliación, perdonando todo, perdonando a todos. Escuchémosle:

“En la cárcel he vivido momentos terribles. Solo durante días, meses, años. Solo, en una celda sin ventanas, sin ningún contacto con el exterior; comía un poco de arroz con verduras y sal; a veces, me dejaban la luz encendida en la celda durante diez días y, después, me dejaban en la más completa oscuridad durante otros diez. A menudo me preguntaba si lo que estaba viviendo era verdad… ¿Qué me ayudó? Decidí amar y perdonar a mis guardias como Jesús me ama y me perdona.

A partir de aquí nació una historia hecha de pequeños y grandes acontecimientos que cambian la vida y el corazón”. Este fue su gran secreto. Afirmaba: “No se puede ser santos a intervalos; hay que serlo cada minuto, en el momento presente”. Así, en medio de arduas dificultades, supo vivir en la alegría de Cristo resucitado, en el perdón, el amor y la unidad. Y esta actitud cambió a sus guardias, que se convirtieron en sus amigos. Incluso le ayudaron a tallar, a escondidas, una cruz con un trozo de madera y, después, a hacer una cadena con cable eléctrico de la prisión, que él llevó siempre porque le recordaba el amor y la unidad que Jesús le había dejado en su testamento. Esa cadena sostuvo su cruz pectoral de obispo y, sucesivamente, de cardenal: la vieja cruz de madera, recubierta con un poco de metal, emblema conmovedor de la paradoja cristiana porque es cruz de amor.

d) El Siervo de Dios amaba a la Virgen como un niño ama a su madre.
Estamos hoy reunidos en esta bellísima iglesia dedicada a María, de la que el cardenal Van Thuân fue titular. El cardenal relataba con alegría el “papel especial” que la Virgen había tenido en su vida. Había sido arrestado el 15 de agosto de 1975, Solemnidad de la Asunción. Cuando se lo llevaron, llevaba puesta la sotana y tenía un rosario en el bolsillo. Así recordaba esa experiencia: “María me había estado preparando para la persecución desde 1957 cuando, sacerdote joven y muy activo, delante de la Gruta de Lourdes me obligó a meditar sobre estas palabras: “No te prometo alegrías y consolación en esta tierra, sino pruebas y sufrimientos”. Palabras impresionantes que, después, encontré arraigadas en mí”.

¡Gracias, obispo Francisco, como amabas sencillamente presentarte! ¡Sigue sosteniéndonos desde el cielo!

EXTRAÍDO DE: “L’Osservatore Romano” – 16.09.2007

En memoria del cardenal Van Thuân, cinco años después de su muerte
de S.E. Mons. Giampaolo Crepaldi – Secretario del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”
 
No es por deber que, cinco años después de su muerte, queremos recordar y volver a proponer la figura del cardenal François-Xavier Nguyen Van Thuân, sino que es por una necesidad que nace del corazón de todas las personas que lo han conocido y amado, especialmente por parte de todos los que colaboraron con él en el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, el Dicasterio del que fue Vice-presidente y después Presidente hasta el 16 de septiembre de 2002.

Todo el que haya tenido la gracia de conocer al cardenal Van Thuân notaba, con una percepción inmediata, que se hallaba ante un singular hombre de Dios, un hombre de oración, que todo lo reconducía a Dios, que sabía reconocer en todo la mano providencial del Señor. Había vivido sus difíciles y dramáticas experiencias personales como cristiano y obispo en el martirio del amor de Dios, participando siempre, con todo su ser, en la misericordiosa comunión divina.

El cardenal hablaba a menudo, antes de su despedida definitiva, de la angustiosa tentación de la soledad y la desesperación a las que se había tenido que enfrentar, y que había sufrido, en los trece años de injusta reclusión en las cárceles vietnamitas. Confesaba que precisamente en esa terrible desolación existencial, que le había privado de todo vínculo humano y de todas las relaciones eclesiales, su alma recibió la gracia de no desesperar, sino más bien de abrirse al feliz reconocimiento del amor de Dios y de Su misericordiosa presencia. Dios se le manifestó como el Todo, y esto le bastó para darle una nueva dimensión a la pesadumbre y al sufrimiento que supusieron estar privado de su dignidad personal y libertad. Cuando se está en comunión con Dios, que es el Todo, ¿por qué dejarse angustiar por el resto?

Esa extraordinaria experiencia espiritual marcó la vida del cardenal Van Thuân de manera indeleble, haciendo de él un auténtico hombre de paz, un cristiano sereno y un obispo lleno de confianza. Esa experiencia se convirtió también en la fuente viva a la que acudía a diario para hacer frente a los múltiples cometidos, a menudo difíciles y llenos de pruebas dolorosas, de su ministerio pastoral. Como responsable de un Dicasterio de la Curia Romana, el cardenal Van Thuân hizo suyo el estilo del apóstol Pablo de pedir en nombre de la caridad y aunque tenía en Cristo plena libertad de mandar (cfr. Fm 8-9), interiormente era cosciente de haber combatido la buena batalla y de haber conservado la fe (cfr. 2Tm 7).
Su personalidad era rica y compleja: los sucesos de su vida, conocidos por muchos, asumieron en su mayoría carácter de vicisitudes -teniendo cuenta de su ser y sentirse siempre vietnamita-, del periodo histórico que le tocó vivir. No es fácil, por lo tanto, hacer memoria del cardenal Van Thuân sin olvidar algún aspecto de su persona.
Era un hombre de Dios, pero también un hombre de relaciones que dejaba que todos se acercaran a él y que a todos se dirigía con dulzura, y que tenía, además, un destacado sentido del humor. Todos los que conocían al cardenal se quedaban sorprendidos de la enormidad, en calidad, cantidad y variedad, de sus relaciones. Personas de cualquier clase social, religiosas o laicas, católicas y no, de todos los continentes: a todas se dirigía con afecto, ayudado también por el dominio que tenía de diversos idiomas, además de su lengua materna.
Requerido continuamente para hablar delante de las instancias más dispares -obispos, sacerdotes y religiosos, como también trabajadores, empresarios y responsables políticos-, el cardenal Van Thuân, en sus numerosísimos viajes, debido a su gran sencillez, se sentía a gusto en todas partes y hacía que todos se sintieran a gusto. Hombre de paz y de unidad, respondió con amor a toda violencia, física o moral, dirigida contra su persona. Fueron testigos de esto sus guardias, que se convirtieron en sus amigos durante los trece años de detención y aislamiento en las cárceles vietnamitas. Su deseo más acuciante, expresado en su testamento, era que quienes habían sido sus más amados, sus “hijos espirituales”, permanecieran “unidos eternamente”.

Hombre libre y sin miedo: éste es, tal vez, el rasgo más característico de la personalidad del cardenal Van Thuân. Una libertad de espíritu ganada en la cárcel, una libertad del miedo demostrada durante su dolorosa y larga enfermedad. Ambas sostenidas por la Eucaristía, celebrada a diario, también en condiciones imposibles, y consoladas por su profunda devoción a la Virgen María. Todo esto hizo de él, del obispo Francisco, como le gustaba sencillamente presentarse, un excepcional “testigo de la esperanza”. Y es precisamente la virtud de la esperanza la que Juan Pablo II utilizó, durante la homilía exequial en San Pedro, como clave de lectura de la personalidad del cardenal Van Thuân. Dijo de él: “Puso toda su vida bajo el signo de la esperanza”. Cuando en el año 2000 le pedí que escribiera las meditaciones para los ejercicios espirituales de la Curia Romana, eligió como tema: ‘Testimonios de la esperanza’. Ahora que el Señor le ha probado “como oro en el crisol” y lo ha aceptado “como sacrificio de holocausto”, podemos verdaderamente decir que “su esperanza estaba llena de inmortalidad” (cfr. Sab 3,4.6). Es decir, esta llena de Cristo, vida y resurrección de todos los que confían en Él”.

El Pontificio Consejo “Justicia y Paz” ha atesorado, en estos cinco años, la invitación a la esperanza. Así es como ha sabido recoger su herencia espiritual y hacer que fructifique, llevando a cabo una de las principales intuiciones del cardenal Van Thuân, que encontró una expresión concreta en la puesta en marcha del proyecto de publicación del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, proyecto que llevó a término su sucesor, el cardenal Martino: la necesidad de dar a conocer la Doctrina Social de la Iglesia de manera sencilla y adaptada a las realidades sociales, para que, así, fuera apreciada por parte de las Iglesias particulares de los cinco continentes.

Mientras se inicia su proceso de beatificación, la memoria del cardenal Van Thuân evidencia la cualidad de una fe indómita, el testimonio de un amor apasionado por el Señor y de una esperanza llena de confianza evangélica, fuente de optimismo tranquilizador. La memoria de su persona nos desvela la belleza de un alma bendecida por el Señor y nos indica, también, el camino santo para llegar a Dios, a través de recorridos que siempre se pueden iluminar con la fe, la caridad y, sobre todo, la esperanza, de la que el cardenal Van Thuân fue un testimonio convencido y eficaz.

DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS OFICIALES Y A LOS COLABORADORES DEL PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ” CON OCASIÓN DEL QUINTO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL CARDENAL FRANÇOIS-XAVIER NGUYÊN VAN THUÂN.

Sala del Consistorio, Palacio Apostólico de Castel Gandolfo
Lunes, a 17 de septiembre de 2007

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
 
Os doy una cordial bienvenida a todos vosotros, reunidos para recordar al amadísimo cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân, que el Señor llamó a sí el 16 de septiembre de hace cinco años. Ha pasado un lustro, pero en la mente y en el corazón de quienes lo conocieron sigue viva la noble figura de este fiel servidor del Señor. También yo conservo no pocos recuerdos personales de los encuentros que tuve con él durante los años de su servicio aquí, en la Curia romana.

Saludo al señor cardenal Renato Raffaele Martino y al obispo mons. Giampaolo Crepaldi, respectivamente presidente y secretario del Consejo pontificio Justicia y paz, junto con sus colaboradores. Saludo a los miembros de la fundación San Mateo, instituida en memoria del cardenal Van Thuân, del Observatorio internacional, que lleva su nombre, creado para la difusión de la doctrina social de la Iglesia, así como a los parientes y amigos del cardenal difunto. Al señor cardenal Martino le expreso sentimientos de viva gratitud también por las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes.

Aprovecho de buen grado la ocasión para destacar, una vez más, el luminoso testimonio de fe que nos dejó este heroico pastor. El obispo Francisco Javier —como le gustaba presentarse— fue llamado a la casa del Padre en el otoño del año 2002, después de un largo período de dolorosa enfermedad, afrontada con total abandono a la voluntad de Dios. Algún tiempo antes había sido nombrado por mi venerado predecesor Juan Pablo II vicepresidente del Consejo pontificio Justicia y paz, del que fue después presidente, iniciando la publicación del Compendio de la doctrina social de la Iglesia.

¿Cómo olvidar los notables rasgos de su cordialidad sencilla y espontánea? ¿Cómo no poner de relieve la capacidad que tenía de dialogar y hacerse prójimo de todos? Lo recordamos con mucha admiración, mientras vuelven a nuestra mente las grandes visiones, llenas de esperanza, que lo animaban y que sabía proponer de modo fácil y atractivo; su fervoroso compromiso en favor de la difusión de la doctrina social de la Iglesia entre los pobres del mundo; el anhelo de la evangelización en su continente, Asia; la capacidad que tenía de coordinar las actividades de caridad y promoción humana que impulsaba y sostenía en los lugares más recónditos de la tierra.

El cardenal Van Thuân era un hombre de esperanza, vivía de esperanza y la difundía entre todas las personas con quienes se encontraba. Gracias a esta energía espiritual superó todas las dificultades físicas y morales. La esperanza lo sostuvo como obispo aislado, durante trece años, de su comunidad diocesana; la esperanza le ayudó a vislumbrar en la absurdidad de los acontecimientos que le tocó vivir —durante su larga detención nunca fue procesado— un designio providencial de Dios.

La noticia de la enfermedad, el tumor, que lo llevó después a la muerte, le llegó casi juntamente con el nombramiento cardenalicio por obra del Papa Juan Pablo II, que sentía por él gran estima y afecto. El cardenal Van Thuân solía repetir que el cristiano es el hombre del ahora, del momento presente, que es necesario aprovechar y vivir por amor a Cristo. En esta capacidad de vivir el momento presente se refleja su abandono interior en manos de Dios y la sencillez evangélica que todos admiramos en él. ¿Es posible —se preguntaba— que quien se fía del Padre celestial no quiera ser estrechado entre sus brazos?

Queridos hermanos y hermanas, he recibido con profunda alegría la noticia de que se ha iniciado la causa de beatificación de este singular profeta de esperanza cristiana y, a la vez que encomendamos al Señor a esta alma elegida, le pedimos que su ejemplo sea una enseñanza válida para nosotros. Con este deseo, os bendigo a todos de corazón.

MENSAJE DEL CARDENAL RENATO RAFFAELE MARTINO
BENEDICTO XVI CON OCASIÓN DE LA AUDIENCIA A LOS MIEMBROS DEL PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”, A LOS FAMILIARES DEL CARDENAL VAN THUÂN, A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN “SAN MATEO” Y DEL OBSERVATORIO INTERNACIONAL CARDENAL VAN THUÂN, EN EL QUINTO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL SIERVO DE DIOS CARDENAL FRANÇOIS-XAVIER NGUYÊN VAN THUÂN.

Palacio Apostólico de Castel Gandolfo
Lunes, a 17 de septiembre de 2007.

Beatísimo Padre:
Me hago intérprete de los sentimientos de todos los presentes y le manifiesto nuestra más viva y sentida gratitud por haber concedido esta audiencia especial con ocasión del quinto aniversario de la vuelta a la Casa del Padre celeste del amadísimo cardenal Van Thuân. Conmigo están los componentes del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, que renuevan hoy su filial y generosa disponibilidad al servicio de la misión universal de Su Santidad; algunos miembros del Consejo de la Fundación San Mateo en memoria del cardenal Van Thuân, que agradecen la aprobación recibida por parte de Su Santidad para la creación de esta prometedora institución, vinculada al Dicasterio; los representantes del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân para la Doctrina Social de la Iglesia, que sigue con diligencia y dedicación el Magisterio de Su Santidad; parientes, amigos y algunos discípulos del cardenal, en representación de la comunidad vietnamita.

Santo Padre, al concedernos esta audiencia, Usted se ha hecho intérprete de la relación de amor que, en la memoria y en la oración, sigue uniéndonos al cardenal Van Thuân, al ejemplo de su heroica vida de mártir cristiano, a su testimonio de indómito servidor de la Iglesia y del Evangelio de la justicia y la paz. Con gran alegría le informo, Santo Padre, que respondiendo al deseo de Su Santidad, se ha puesto en marcha el proceso de beatificación del cardenal Van Thuân. ¡Gracias Santo Padre! ¡Denos Su bendición!